"Coca-Cola",
así le siguieron diciendo después cuando ingresó a la UTE a
estudiar Construcción
Civil. Para entonces ya estaba casado y su
compañera esperaba una hija que llamaron Tamara, como la que
acompañó a Bolivia al Ché.
Quizá por eso era más maduro que nosotros y no por los dos o tres años,
que parecían tantos. Jaime Vásquez,
casado y con responsabilidades,
chispeante y todo pero mucho
más maduro; de hecho el Coca-Cola ya trabajaba,
era profesor de la Escuela Industrial de Maipú.
Hablo de un tiempo extraordinario: muchachos apenas, jugando a cosas tan
de grandes. Año de 1968, y en dos más habría elecciones, de tal
modo que, "por el ascenso de la lucha de clases, podría ganar Allende, y si gana
Allende,
la oligarquía reaccionaría con sus fuerzas armadas con dos posibles escenarios:
un golpe inmediato para
que las fuerzas populares no alcancen a afianzarse,
o un golpe tardío, después de
boicotear y degastar a la Unidad Popular y al gobierno".
Eso nos dijo "Joaquín" -el
Coca-Cola- cuando nos recibió como aspirantes rojo y negros,
un vaticinio casi exacto, y a pesar de eso,
nosotros por esos días, la pasábamos felices.
Tarde, después, más allá del setenta, con el General Shneider ya
asesinado, Allende en el gobierno y el vaticinio
un 70% cumplido,
la cosa se pondría espesa, cada día más espesa;
y nosotros, sin darnos cuenta muy bien de
por qué, acelerabamos la vida y tomábamos decisiones que ahora los
muchachos toman
mucho después. Aunque miento, qué decisiones, en realidad a nosotros las
mismas circunstancias nos llevaban de allá para acá; por eso, cuando mi
compañera quedó embarazada y nosotros, que nos queríamos,
decidimos conservar el hijo a toda a costa, quizá
porque lo más probable era que después del golpe fuéramos asesinados, el
Coca-Cola me ofreció su trabajo en la Industrial de Maipú, porque a él
lo habían propuesto para integrar el GAP y ya no podría continuar
como docente.
Partió entonces del frente estudiantil, iba contento. Se vino a
despedir de la mano de su Tamara que como su papá, era una niña chispeante.
Pero no volvimos a verlo por la Escuela Industrial de Maipú, ni por
la Escuela de Construcción Civil, tampoco en el Teatro California, donde
íbamos los de
Ñuñoa, ni en la Plaza
Sucre donde lo bautizaron "Coca-Cola".
Se llamaba Jaime Vásquez, partió a integrar el GAP.
© 1998
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